Dos años sin Carme
Nunca nos acostumbramos a las malas noticias. A pesar de saber que existen y que un día u otro nos pueden afectar, cuando te las comunican se te cae el mundo encima. Hoy hace dos años fue uno de esos días terribles. Mientras preparaba la maleta para mudarme a vivir a Madrid, un buen amigo me manda un mensaje con el texto: “has visto lo de Chacón?”. No sabía a qué se refería, un domingo por la tarde, era extraño. Jamás pensé que el mensaje que nos habíamos cruzado tan solo unas horas antes entre ella -aún en Miami a punto de volar a España- y yo, sería el último.
Ese sábado nos escribimos como hacíamos de vez en cuando, pero ese día le hablé en castellano. Me advirtió que, si no le hablaba en catalán cómo habíamos hecho siempre, no me contestaría. Carme era así. En esos últimos mensajes le contaba que por fin, había conseguido mi sueño de mudarme a Madrid, donde la conocí tiempo antes trabajando en el Congreso de los Diputados, en las idas y vueltas del AVE. El lunes siguiente me incorporaba como corresponsal de un medio catalán y Carme se disponía a ayudarme. Teníamos nuestras diferencias aunque no solíamos discutir por política. Le pregunté por Miquelet, su hijo, y me respondió que tenía ganas de llegar a casa para abrazarlo.
Poco antes de subir al avión en Miami, me escribió un último mensaje cortito: “quedem a les nou al costat de Ferraz”. “Rebut”, le respondí. Hacía tiempo que no nos veíamos y sentir el acompañamiento de alguien a quien admiraba como Carme, nada más llegar, me producía un auténtico estado de confianza. Las mudanzas, y más cuando te emancipas a una gran ciudad, siempre son complicadas.
Respondí a mi amigo con un “no, ¿qué ha pasado?” y me dice “se ha muerto, mira El País”. No me lo pude ni me lo quise creer. Estuve unos cuantos minutos mirando aquel titular a cinco columnas que abría la web del diario, y tras comprobar que hacía horas que no se había conectado al whatsapp y que otros medios ya lo daban, empecé a llorar. El viaje en el AVE de Girona a Madrid fue eso, llanto y lloro. Desolación. Jamás pensé que la primera noticia que me tocaría cubrir como corresponsal, sería su capilla ardiente. No pude ni quise bajar a la sala Ramon Rubiales de la sede del PSOE donde se instaló la capilla ardiente, por la que pasaron personas que la querían y con las que compartimos lágrimas, como la ministra Dolors Montserrat. Cuando los dos coches fúnebres estaban a punto de llevarse el cuerpo de Carme hacía su querido Esplugues, nos fundimos en un abrazo con su madre. Le pedí que le diese otro a Miquel. Dos años después, te echamos de menos.
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